miércoles, 23 de septiembre de 2009

La estraperlista y el policía.

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En casa de los Gutiérrez, mucho antes que comenzara en este país el debate sobre la memoria histórica, ya conocían la importancia de rescatar el pasado como una lección para el presente.

Y así, cada vez que se disponía el pan sobre la mesa, la abuela Feliciana relataba historias de guerra, que los Gutiérrez anteponían a las noticias del televisor.

- Este pan es bien distinto al que se comía en aquellos tiempos.. -

La voz de Feli bastaba para que todos abrieran sus orejas al calor de la palabra humana:

Cierto que en aquellos tiempos se comía pan de altramuz, un pan tan seco que servía a los chavales del barrio como metralla. Con los escaparates de las tiendas vacíos, la gente se moría de hambre, y la cartilla de racionamiento no daba para tanto: 1kg de pan, un poco de aceite y una bolsa de patatas.

Con todo y con eso, en tiempos en que los tenderos vendían a fiado a sus clientes, existieron personas que hicieron patrimonio.

La abuela Feli fue una de ellas.

Ama de casa de Barcelona, - como mucha otra gente en la postguerra - comerciaba con el pan de las familias. Cogía el tren muy de mañana, a veces iba a por arroz a los pueblos de Valencia y otras a por aceite a los de Andalucía. En los pueblos no se pasaba tanta hambre como en las ciudades, el hombre hallaba el refugio del campo contra la famélica guerra.

Feli era comerciante de alimentos, lo que entonces era motivo de arresto y cárcel. El gobierno franquista habituaba a contratar policías para que los persiguiesen en las estaciones de trenes. Pero Feli era veterana en el oficio y se las sabía todas. No obstante había aprendido las mañas de su marido, quien murió decapitado. Este subió al techo del ferrocarril escapando de un agente, con la mala suerte que un puente se aproximaba.

- Se daban mayor índice de muertes en nuestro oficio que en el de torero- solía repetir la abuela con la sonrisa victoriosa de los sobrevivientes -.

De su marido aprendió a distinguir la calidad del aceite según su acidez y el arte del soborno. Feli pagaba en condimento a los guardias, quienes hacían la vista gorda cuando ella subía al tren cargada de bultos.

Una vez allí, debía esconder la mercancía en los sitios más insospechados: papeleras, bajo los asideros y hasta en el tejado de la locomotora. No fuera que en alguna parte de la odisea un policía le requisase los alimentos.

Una tarde, en el trayecto Albacete-Barcelona, el agente Joan sorprendió a Feli disimulando un saco a rebosar de garrofas, (que aunque estreñían eran muy codiciadas, por baratas y saciantes).

El agente no tenía intención de consentir unas legumbres ilícitas. Se la llevaría a la cárcel, a menos que ella accediese a sofocar sus ardores sexuales.

Desde aquel día Feliciana no tuvo inconvenientes con el estraperlo. Cada semana el agente Joan subía al convoy buscando consuelo a sus soledades, y lo encontraba en aquella muchacha de ojos almendrados, dispuesta a lo que fuera por preservar su negocio.

Dispuesta incluso a enamorarse.

Así pasaron muchas tardes, entre el zarandeo de los vagones, disputándose la fatiga del ardor mundano con las penas del chantaje.

- Cuando aminoraba la marcha era señal de que el tren se aproximaba a Barcelona- Apuntaba la abuela.

Entonces los comerciantes reunían su mercancía y la lanzaban fuera del tren, rodando por la ladera. Escondidos en los montes, los familiares recogían los bultos con los comestibles, que eran vendidos esa misma tarde en la ciudad, diez veces más caro.

Así funcionaba el negocio. Y así fue ganándose Feli la vida.

Pero con el paso de los días, Joan fue sintiéndose cada vez más inquieto. Algo fuerte lo desazonaba. Le turbaba los pasos de guardia la sombra de la apetencia.

Aquellos roces furtivos habían predispuesto en Joan un anhelo mayor:

- Vente a vivir conmigo. No te faltará de nada. Soy funcionario -

Ella entendió que había llegado la hora de dejarlo.

- ¿por qué no fuiste a vivir con él si le querías? - Interrumpe uno de los nietos.

Y ella con la importancia de la tercera persona:

- Mira chico.. en tiempos de posguerra y hambre la abuela era capaz de entregarle su cuerpo a un guardia… ¡o de venderle el alma al mismísimo diablo! pero nunca nunca le habría entregado sus ideales a un funcionario del estado...-

Su historia de amor, de amor verdadero, finalizó su viaje a la vez que aquel ferrocarril – cargadito de besos maldados - arribaba a su destino.

La estraperlista no fue a prisión aunque llegó a Barcelona sin su mercancía, intervenida por el agente Joan, que no le intervino la libertad, primero porque no pudo y después porque no quiso.

Sus nietos todavía no lo saben, lo sabrán cuando la vida los precipite al abismo de las pasiones, pero el relato de la abuela les ayudará a sacarse el vértigo con un tirón de alas.

Mientras tanto, lejos de las palabras de Feli, pero en la misma estancia, en el televisor al que los Gutiérrez no atienden, están emitiendo gran hermano.

Los niños de los Gutiérrez son niños afortunados. Gozan la fortuna de valores, de vida que llama a la memoria.

De la memoria viva que llama.

De la llama viva de la memoria.

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