Me gusta coser. Yo misma me hice este cuerpo.
Anterior a este tuve otro
que cosí con un acervo de hilo
trenzado y negro
comprado al por mayor allá
en ciudad de México.
A veces se deshilaba
a veces algún brazo
y debía apresurarme a remendarlo.
Las articulaciones eran
– como habrán presentido –
la zona más ardua.
Por falta de subterfugio,
debía zurcir a veces
a veces, una rodilla
con crin de jamelgo
o mechón de cabra.
Las agujas que afligen lo hacen
dependiendo del asedio,
una puntada mal dada
por ejemplo en el pecho
es un pesaroso calvario
además de una putada,
y gusto más, en esas zonas,
de usar la máquina que condenó lo humano
con su pespunte sempiterno.
Tras mi viaje a México,
aquejé la explotación de la mujer en las maquilas
hilvanándome dos lágrimas
de luto a mis ojos,
cosidos con la fina
pero ágil hebra del abismo.
Las lágrimas pendían de un
h
i
e
l
o
(el cual amenazaba quebrarse con la derrota del invierno)
El declive llegó
años más tarde
con la invasión de las barbies,
esa cintura de plástico me declaró insolvente
perdiendo la fe de quienes
cotizaban más al alza
la silicona protuberante
que el añejo entorchado.
Dictaminé entonces cambiar de piel
y de vida,
eché curriculum y encontré trabajo
en la sección de muñecas hinchables.
Los hay quienes cuentan los amores como derrotas,
pero me atribulan ustedes
mis queridas muñecas de plástico
lejos de los abrazos efímeros,
(ausentes ellas) de mis naufragios nocturnos.
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Anterior a este tuve otro
que cosí con un acervo de hilo
trenzado y negro
comprado al por mayor allá
en ciudad de México.
A veces se deshilaba
a veces algún brazo
y debía apresurarme a remendarlo.
Las articulaciones eran
– como habrán presentido –
la zona más ardua.
Por falta de subterfugio,
debía zurcir a veces
a veces, una rodilla
con crin de jamelgo
o mechón de cabra.
Las agujas que afligen lo hacen
dependiendo del asedio,
una puntada mal dada
por ejemplo en el pecho
es un pesaroso calvario
además de una putada,
y gusto más, en esas zonas,
de usar la máquina que condenó lo humano
con su pespunte sempiterno.
Tras mi viaje a México,
aquejé la explotación de la mujer en las maquilas
hilvanándome dos lágrimas
de luto a mis ojos,
cosidos con la fina
pero ágil hebra del abismo.
Las lágrimas pendían de un
h
i
e
l
o
(el cual amenazaba quebrarse con la derrota del invierno)
El declive llegó
años más tarde
con la invasión de las barbies,
esa cintura de plástico me declaró insolvente
perdiendo la fe de quienes
cotizaban más al alza
la silicona protuberante
que el añejo entorchado.
Dictaminé entonces cambiar de piel
y de vida,
eché curriculum y encontré trabajo
en la sección de muñecas hinchables.
Los hay quienes cuentan los amores como derrotas,
pero me atribulan ustedes
mis queridas muñecas de plástico
lejos de los abrazos efímeros,
(ausentes ellas) de mis naufragios nocturnos.